Recuerdo que cuando rondaba la adolescencia más temprana, mis allegados solían reprocharme mi egotismo y mis conductas altaneras y poco amistosas a los consejos, a las advertencias, a las críticas y a los reproches. Recuerdo también como me reprochaban el querer llevar la razón en todo, el no dar nunca el brazo a torcer y a no ceder ni en cuestiones elementales en las que, no solo mi interior sabía que iba a perder o que no llevaba razón, sino en las que yo mismo me autoengañaba para no sentirme inferior a quienes, con todo el afecto, el amor y el cariño del mundo, me intentaban conducir en algún asunto, a fin de hacer de mi ser futuro alguien capaz, responsable, sufrido y desarraigado. En lo personal, ahora, que he descubierto por convicción interior y una serie de influencias bien allegadas, tanto en el plano familiar como en planos secundarios externos, que ese tipo de nociones son no solamente autodestructivas en lo personal, sino que perjudican seriamente las relaciones con
Pensamientos para unos de poco valor e importancia, pero para otros de una calidad y una estima consustancial que permita escalar en su eterno proceso de aprendizaje.